Señales de ruta.
(Antología de cuento colombiano)
Arango Editores. 2008. 235 páginas.
(17 cuentos)
Selección y prólogo de Juan Pablo Plata.
Señales de ruta reúne a un colectivo y dieciséis narradores colombianos dignos de los primeros años de un siglo y milenio, para que se unan al grupo de exploradores del abismo que se presenta en las letras hispanoamericanas. (Enrique Vila-Matas, dixit.)
Resta la lectura morosa para hacer el juicio de los autores incluidos con el favor de la crítica, los lectores y el mejor juez literario: el tiempo. Todos los autores de Señales de ruta tienen un tiquete sin destino.
Carolina Alonso (1972) / Gato traidor.
Liliana Carbone (1972) / Cárcel blanca.
Andrés Burgos (1973) / El cuadro del abuelo.
Ignacio Piedrahíta Arroyave (1973) / Terapia.
Diana Ospina Obando (1974) / Equipaje de mano.
Gabriela Santa (1975) / Human nature.
María Castilla (1975) / Entre las estaciones centrales
Javier Arturo Moreno (1977) / Cricket.
David Roa Castaño (1977) / Yo también.
Juan Álvarez (1978) / 31 de diciembre de 1999.
Juan Sebastián Cárdenas (1978) / Combustión espontánea.
Gerardo Ferro Rojas (1979) / La comunidad del autobús.
Orlando Echeverri Benedetti (1980) / La noche sin balas.
Johann Rodríguez-Bravo (1980-2006) / Teoría de la muerte.
Rubén Varona (1980) / Un vuelo de algo con alas de polvo.
Sebastián Pineda (1982) / La decadencia de lo bacano.
Las filigranas de perder / Siete hierbas y un gatito.
Prólogo
Por Juan Pablo Plata
Sin extenderme en el lugar común exculpatorio de las antologías por haber dejado fuera en mi selección cuentos y autores importantes, presento, sin más, a un colectivo y dieciséis autores colombianos nacidos después de 1970, reunidos en la antología Señales de ruta.
Maduros en su proceso vital y literario, los autores seleccionados parecen desleír las teorías sobre el cuento de los maestros del género narrativo—Poe, Quiroga, Cortázar, Anderson Imbert, etc—con el olvido de ensayos y decálogos que antes eran preceptivas y guías fijas, para ser hoy pequeñas sugerencias. La libertad en voces, tonos y referencias mass media o transculturales permiten cuentos con enriquecedoras menciones televisivas, cinéfilas y librescas, entre otras; cuentos infractores de las señas dadas por los maestros, por intimistas, por usar lenguajes de otras artes, diálogos rápidos y un humor negro en su mayoría, apto para lenitivo de lectores escapistas o bien para aterrizar a estos mismos y hacerlos volver a la realidad.
Con desbordado optimismo espero ver el canon de la literatura colombiana afectado por este volumen en algunos años. Tengo una fe ciega en los cuentos y los autores seleccionados porque saqué el ripio y dejé lo divertido, lo lustroso para mostrar una camada digna de los primeros años de un siglo y un milenio. Siglo y milenio agitadores de los ánimos de muchos con las especulaciones sobre las guerras, las enfermedades, el medioambiente, asuntos tecnológicos y virajes sociopolíticos de la nueva era. En lo personal una duda, que por menos urgente no más importante, me asaltó sobre cómo sería la literatura colombiana en los tiempos por venir, si habría renacimientos, estancamientos o novedades, si el cuento volvería a ser la apuesta de los autores y los editores.
La respuesta me llegó cuando Arango Editores me propuso hacer una antología de cuento y descubrí más de un centenar de escritores en el proceso de selección en mis lecturas de narraciones de diletantes, novatos, escritores profesionales, hombres y mujeres, colombianos en la diáspora con historias impresionantes, conmovedoras, risueñas, llenas algunas de una sencillez opulenta en vida y gran valía literaria.
Me sorprendió ver otras realidades contadas aparte de la tendencia por temas como la violencia y el narcotráfico o la denominada pornomiseria; hallé otras historias de personajes impiadosos en Equipaje de mano de Diana Ospina; escapistas, sufridores del desamor y gozadores de amplias pero extrañas alegrías en los cuentos Terapia de Ignacio Piedrahíta Arroyave— autor de la sobresaliente novela Un mar—, Yo también de David Roa Castaño, Human nature de Gabriela Santa y Entre las estaciones centrales de María Castilla. La picaresca del rebusque en la venta de arte falsificado y de poca monta en El cuadro del abuelo de Andrés Burgos; el oficio de traductor y negro literario del protagonista de Combustión espontánea de Juan Sebastián Cárdenas son complementos de tramas con asuntos turbios, paranormales y de hondura en las fibras humanas más allá de la anécdota y la broma.
Con argumentos dispares van los cuentos La decadencia de lo bacano de Sebastián Pineda Buitrago, situado en un espacio clásico romano con una bacanal desaforada a finales del imperio y Gato traidor de Carolina Alonso; padecen igual contraste frente a las otras creaciones el cuento Cricket de Javier Arturo Moreno y Cárcel blanca de Liliana Carbone, ambos con argumentos en que los seres son extranjeros, emigrantes, seres encerrados, en una posición fuera de lugar sin oportunidad de adaptación ni espacio en el nicho deseado. La iniciación sexual es el tema de La noche sin balas del Orlando Echeverri Benedetti, quien junto a Gerardo Ferro Rojas son las dos grandes revelaciones de escritores desde de la costa caribe. El trío Las filigranas de perder y Juan Álvarez tienen el saber propio de aquellos buenos contadores de historias sumado al uso del dialecto bogotano en el primer caso y mexicano, bogotano, chilango y más en el segundo. Lo policíaco corre por cuenta de Rubén Andrés Varona en Un vuelo de algo con alas de polvo.
Resta entonces la lectura morosa para evitar atafagos entre tanta variedad y esperar no muchos entuertos, para hacer el juicio de los autores incluidos en la antología con el favor de los lectores, la crítica y el mejor juez literario: el tiempo.
Juan Pablo Plata. Literato. Enfermo del Mal de Montano con indicios del mal de Boswell. Editor de la revista La Movida Literaria ( http://www.lamovidaliteraria.com/) Libros: Umpalá. Sic Editorial y Señales de ruta, Arando Editores, 2008. Órdago fijo.
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